17.04.23

XXX. La segunda tentación de Cristo

La tentación previa de la gula[1]

El profesor de Sagrada Escritura Louis-Claude Fillión, en su obra sobre la vida de Jesús, considerada como una de sus mejores biografías, al tratar el episodio de las tentaciones, aporta nuevas observaciones, que están en continuidad con las de Santo Tomás. Nota, en primer lugar, que es: «un misterio más profundo y más asombrosos aún que el del bautismo de Nuestro Señor; el Hijo de Dios tentado, es decir, provocado a hacer mal; el Hijo de Dios en contacto inmediato con el príncipe de los demonios»[2]. Frente a frente Satanás y Dios dialogando.

Para la reflexión sobre este misterio de las tentaciones, puede tenerse en cuenta que: «primeros en sufrir la prueba de la tentación habían sido los ángeles, muchos de los cuales sucumbieron tristemente. La sufrió también Adán y nosotros sabemos cuán funestos fueron los resultados para sí y para su posterioridad. Tampoco se libró de ella el segundo Adán; ¡pero qué magnifica va a ser su victoria! Todo bien considerado, entrar en abierta liza contra el caudillo del imperio de las tinieblas y triunfar de él ¿no era para el caudillo del reino de los cielos comienzo de su actividad redentora? Como dice el discípulo amado, “para deshacer las obras del diablo apareció el Hijo de Dios” (1 Jn 3, 8)»[3].

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3.04.23

XXIX. Primera tentación de Cristo

Las tentaciones de Cristo[1]

Después de exponer los motivos por los que Cristo quiso someterse a las tentaciones del diablo, Santo Tomás se ocupa, en el siguiente artículo, del lugar de la primera tentación, Después en el consecutivo examina la circunstancia de ocurrir después del ayuno de Cristo.

Toda la exposición de esta cuestión sobre las tentaciones de Cristo la hace según el relato del evangelista San Mateo, que es más detallado de los que hacen San Marcos y San Juan. En su exposición de las tentaciones, San Marcos no indica cuales fueron, sino sólo que Jesús: «estuvo en el desierto cuarenta días y cuarenta noches, y Satanás le tentó; estaba con los animales del desierto y los ángeles le servían»[2]. San Lucas relata las tres tentaciones, invierte el orden entre la segunda y la tercera tal como se encuentran en San Mateo[3].

Se lee en el Evangelio de San Marcos que: «Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, después tuvo hambre. El tentador se acerco a Él, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Él le respondió y dijo: «Esta escrito: ‘No sólo de pan vive el hombre , sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’ (Dt 8, 3)» Entonces el diablo le tomó, le llevó a la santa ciudad, le puso sobre la almena del templo, y le dijo «Si eres hijo de Dios, échate de aquí abajo, porque escrito está: ‘Ha mandado a sus ángeles sobre ti y te tomarán en las manos, para que no tropieces con tu pie en una piedra’ (Sal 90, 11)». Jesús le dijo: «También está escrito: ‘No tentarás al Señor tu Dios’ (Dt 6, 16)». De nuevo el diablo le subió a un monte muy alto, le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras». Entonces Jesús le dijo: «Vete de aquí, Satanás; porque escrito está: ‘Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo servirás (Dt 6, 13)». Entonces el diablo le dejó; y he aquí que los ángeles se acercaron y le servían»[4].

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15.03.23

XXVIII. Las tentaciones de Cristo

El motivo principal del diablo[1]

En la segunda cuestión de la parte del tratado de la Vida de Cristo dedicada al curso de su vida pública, la dedica Santo Tomás a las tentaciones de Jesucristo por el diablo. Examina la conveniencia del sometimiento de Cristo a las tentaciones, del lugar y del tiempo de las mismas, y finalmente de su orden y modo.

Comienza con esta afirmación: «Cristo sufrió tentaciones por parte del diablo, porque se narra en el Evangelio que, después de su bautismo: «Jesús, lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y fue llevado por Espíritu al desierto»[2], «para ser tentado por el diablo»[3].

A ella presenta la siguiente dificultad: «Tentar es igual que probar, «someter a prueba»; lo que no se hace sino con cosas ignoradas»; pero el poder Cristo era conocido de los mismos demonios, pues leemos en San Lucas que «no permitía hablar a los demonios, porque sabían que El era el Mesías» (Lc 4, 41)»–; por tanto, no parece que tuviera sentido que el demonio le tentará»[4].

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1.03.23

XXVII. Pobreza de Jesús

Conveniencia de la pobreza de Cristo[1]

En la cuestión que dedica Santo Tomás al modo de vida Cristo, después de ocuparse de la conveniencia de su elección a una vida entre los hombres y austera, lo hace seguidamente, en otros dos artículos, sobre la de su pobreza y sometimiento a la ley mosaica. Con ello queda teológicamente justificado el modo de vivir de Cristo.

Respecto a la vida pobre de Cristo en este mundo, comienza por recordar que: «se dice en el evangelio de San Mateo: «El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,20)». Como si dijera, tal como lo expone San Jerónimo: «¿Cómo deseas seguirme por causa de las riquezas y las ganancias del mundo, cuando mi pobreza es tan extrema que no tengo ni un hospedaje, y el techo que me cubre no es mío?» (Com. Evang S Mt, 8, 20, l. 1,). Y sobre estas palabras «para no darles motivo de escándalo, vete al mar» (Mt 17,26), San Jerónimo comenta: «Esto, entendido sencillamente, edifica al oyente cuando escucha que cuan grande Señor vivió una pobreza tan extrema, que no tuvo con qué pagar el tributo por sí y por el Apóstol». (Com. Evang S Mt, 17, 26, l. 3)»[2].

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15.02.23

XXVI. La predicación del reino de Dios

El misterio de Cristo[1]

Después de estudiar todos los misterios de la entrada de Cristo en el mundo, Santo Tomás se ocupa en seis cuestiones de los de su vida pública. Debe tenerse en cuenta también que, como se dice en el nuevo Catecismo: «toda la vida de Cristo es misterio», porque, por una parte: «muchas de las cosas respecto a Jesús que interesan a la curiosidad humana no figuran en el Evangelio. Casi nada se dice sobre su vida en Nazaret, e incluso una gran parte de la vida pública no se narra (cf. Jn 20, 30). Lo que se ha escrito en los Evangelios lo ha sido «para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (Jn 20, 31)»[2].

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