16.09.23

XL. Los testimonios de la transfiguración de Cristo

Los testigos de la transfiguración[1]

Después de preguntarse Santo tomás sobre la conveniencia de la transfiguración de Cristo y sobre la claridad de su cuerpo transfigurado, en los primeros artículos de la cuestión que dedica a la transfiguración, se ocupa en el siguiente artículo de los que fueron testigos de la misma. Su tesis es que fue muy conveniente que fuesen los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan.

Para mostrar su conveniencia, parte de lo ya dicho en el artículo primero, que: «el motivo por que Cristo quiso transfigurarse fue para mostrar su gloria a los hombres y encender sus ánimos en el deseo de la misma».

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1.09.23

XXXIX: La transfiguración de Cristo

Conveniencia de la transfiguración[1]

Para finalizar su teología de los milagros de Cristo, Santo Tomás dedica un artículo a la transfiguración, el único milagro que Cristo realizó sobre sí mismo en su vida en la tierra. El relato, que aparece en los tres evangelios sinópticos, que sigue a los de la confesión de San Pedro y del primer anuncio de la Pasión, va unido a ambos, como ha notado Benedicto XVI[2].

Empieza Santo Tomás preguntándose sobre la conveniencia de la transfiguración de Cristo ante sus tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan. Su respuesta es que fue muy conveniente, En su argumentación, indica, en primer lugar, que: «después de anunciar su pasión, el Señor había inducido a sus discípulos a seguirle por el mismo camino».

La razón es la siguiente: «para que uno camine directamente por el camino, y sin rodeos, es necesario que, de algún modo, conozca el fin con anterioridad; así como el saetero no disparará bien la flecha, si antes no mira el blanco al que tiene que dar. Por eso dijo el apóstol Tomás: “Señor, no sabemos adónde vas, pues ¿cómo podemos saber el camino? (Jn 14, 5): Y esto es especialmente necesario cuando la marcha es difícil y áspera, y el camino laborioso, pero el fin alegre».

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16.08.23

XXXVIII. Lo material en los milagros de Cristo

Los milagros corporales de Cristo[1]

Sobre los milagros que hizo Cristo en los hombres, Santo Tomás, en el mismo artículo, dedicado a su conveniencia, también presenta el reparo que «no procedió convenientemente en obrar los milagros sobre los hombres», La objeción parte de la siguiente afirmación ya probada más arriba: «Cristo hacía los milagros con el poder divino, cuya propiedad es obrar instantáneamente, de modo perfecto y sin ayuda de nadie».

Se añade algo también cierto: «Cristo no siempre curó a los hombres repentinamente sobre los cuerpo, pues dice en el Evangelio de San Marcos: «tomando al ciego de la mano, le sacó fuera de la aldea, le puso saliva en los ojos, e imponiéndole las manos, le preguntó si veía algo; a lo que el ciego, levantando los ojos, dijo: Veo hombres como árboles que caminan. Luego le impuso de nuevo las manos sobre los ojos, y comenzó a ver claro, siéndole restituida la vista» (Mc 8, 22-25). Y concluye Santo Tomás que es así: «evidente que no le curó instantáneamente, ni desde luego con perfección, y además valiéndose de la saliva»[2]´.

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2.08.23

XXXVII. Los milagros de Cristo sobre los seres materiales

Milagros sobre los cuerpos celestes[1]

Después de estudiar los milagros de Cristo en los espíritus, substancias inmateriales sin relación con la materia, Santo Tomás lo hace con los que realizó sobre los cuerpos, incluido el hombre, cuya substancia espiritual, o alma, informa un cuerpo. Comienza con los milagros que hizo en cuerpos celestes. En los evangelios se narran milagros del cielo, como el de la estrella milagrosa, o fenómeno luminoso en forma de estrella, que se apareció y guió a los Magos hasta el lugar de Jesús en Belén (cf. Mt 2, 1-13); y sobre todo las tinieblas en que quedo la tierra desde la crucifixión hasta la muerte de Jesús (cf. Mt 27, 45).

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17.07.23

XXXVI. Milagros de Cristo en los espíritus

Milagros en los espíritus[1]

Estudiados los milagros de Cristo en general, en la siguiente cuestión del tratado de la Vida de Cristo, que forma parte de la Suma Teológica, Santo Tomás se ocupa de sus diferentes clases. Los clasifica en cuatro especies, que engloban al conjunto de todas las criaturas. La primera es la de los milagros sobre los espíritus.

Los espíritus buenos, los ángeles, intervinieron en la vida de Jesús, primero: «apareciéndose ante los hombres al servicio de Cristo. Tal ocurrió, por ejemplo, con el ángel de Nazaret (Lc 1, 26); con los que anunciaron la natividad a los pastores de Belén (Lc 2, 9-14); con los que avisaron a San José para salvar al niño (Mt 2, 13-23; los que intervinieron en la resurrección (Mt 28, 2-7); y en la ascensión del Señor (Hch 1, 10-11). Segundo: «sirviéndole a Él en sus necesidades. Por ejemplo, después de las tentaciones en el desierto (Mt 4, 11); y en la agonía de Getsemaní (Lc 22-43)»[2].

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