2.02.22

Vida de Cristo. Exposición de Santo Tomás de Aquino

I. Introducción[1]

«Has escrito bien de mí»

Al final de su vida, Santo Tomás de Aquino (1225-1274) escribió una Vida de Cristo, que se encuentra en la Tercera parte de la Suma teológica, aunque muchas veces se ha publicado separada de la Suma. Esta parte de su magna obra la preparó en Nápoles en los dos últimos años de su vida.

Durante este tiempo, Santo Tomás vivió con una gran intensidad y emoción los misterios de la vida de Cristo, que le impresionaban de manera especial y profunda, fray Domingo Caserta, sacristán del convento de Nápoles, contó un importante suceso al dominico Guillermo de Tocco, autor de la biografía más completa del Aquinate, escrita en el cuarto decenio después de su muerte. El antiguo discípulo del Aquinate, en 1317, había sido nombrado promotor del proceso de su canonización, que finalizó seis años más tarde.

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17.01.22

CXXII. El juicio final

Juicio final, Giotto1513. –¿El estado de fijeza de la voluntad del hombre después de la muerte es propio de todas las almas?

–Después de demostrar, en tres capítulos de esta última parte de la Suma contra los gentiles, que en las almas de los bienaventurados inmediatamente después de la muerte, permanece su voluntad inmutable en el bien, también la de las almas detenidas en el purgatorio, y que la de los condenados lo está en el mal, Santo Tomás dedica otro capítulo a la misma cuestión, pero de una manera general. Da una extensa demostración para probar la fijeza de unos en el bien y otros en el mal, basada en su último fin.

Comienza con esta afirmación: «Pues el fin –como se ha dicho (IV, c. 92)– es respecto al apetito lo que los primeros principios de la demostración respecto a lo especulativo». Explica que: «estos principios se conocen naturalmente y el error que aconteciere acerca de ellos provendría de la corrupción de la naturaleza, no mediando un cambio de naturaleza». En estado normal, la naturaleza humana los conoce de manera inmediata y con absoluta certeza.

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3.01.22

CXXI. El juicio particular

1501. ––¿Inmediatamente después de la muerte es juzgado el hombre?

––La existencia del juicio particular no está definida explícitamente por la Iglesia, aunque se encuentra afirmada en la mayoría de los santos padres y hay fundamentos en la Sagrada Escritura. Observa Garrigou-Lagrange que: «aun cuando no haya sido dada, sobre este punto, ninguna definición solemne, tenemos, no obstante, declaraciones de la Iglesia evidentemente en este sentido».

Explica que: «El Concilio Vaticano I se proponía promulgar esta definición dogmática: «Después de la muerte, que es el término de nuestra peregrinación, es necesario que todos, inmediatamente, nos manifestemos ante el tribunal de Cristo, para referir allí cada uno de los actos de nuestra vida terrena, buenos o malos; y no hay después de esta vida mortal lugar alguno para hacer penitencia que sirva para la justificación»[1].

Además ha sido siempre enseñada en la catequesis ordinaria de la Iglesia. Al comentar el Catecismo de Trento, el séptimo artículo del credo –«Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos»–, se pregunta: «¿Cuántas veces deberá todo hombre sufrir la sentencia de Cristo Juez delante de Él?». La respuesta es que para explicar este artículo hay que: «notar dos tiempos, en los cuales a todos es preciso presentarse delante del Señor, y dar cuenta de cada uno de los pensamientos, de las acciones y también de todas las palabras, y, por último, sufrir a presencia del Juez su sentencia».

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15.12.21

CXX. El purgatorio

El purgatorio, en la Suma Teológica

1488. ––¿Existe el purgatorio?

––La existencia del purgatorio es dogma de fe. En el II Concilio de Lyón, en 1274 –al que tenía que existir Santo Tomás, pero murió sorprendentemente cuando se dirigía al mismo–, en la profesión de fe, que fue propuesta a los ortodoxos, se decía sobre los difuntos: «Y si verdaderamente arrepentidos murieren en caridad antes de haber satisfecho con frutos dignos de penitencia por sus comisiones y omisiones, sus almas son purificadas después de la muerte con penas purgatorias o catarterias».

Se añadía seguidamente: «Y para alivio de esas penas les aprovechan los sufragios de los fieles vivos, a saber, los sacrificios de las misas, las oraciones y limosnas, y otros oficios de piedad, que, según las instituciones de la Iglesia, unos fieles acostumbran hacer en favor de otros»[1].

En cambio, se precisaba a continuación: «Mas aquellas almas que, después de recibido el sacro bautismo, no incurrieron en mancha alguna de pecado, y también aquellas que después de contraída, se han purgado, o mientras permanecían en sus cuerpos, o después de desnudarse de ellos, como arriba se ha dicho, son recibidas inmediatamente en el cielo»[2].

El Concilio de Trento , en el canon 30, del Decreto de la justificación, frente al error protestante, definió: «Si alguno dijere que después de recibida la gracia de la justificación, de tal manera se le perdona la culpa y se le borra el reato de la pena eterna a cualquier pecador arrepentido, que no queda reato alguno de pena temporal que haya de pagarse o en este mundo o en el otro en el purgatorio, antes de que pueda abrirse la entrada en el reino de los cielos, sea anatema»[3].

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1.12.21

CXIX. El limbo

1475. ––¿Qué ocurre al alma entre la muerte y la resurrección del cuerpo?

––En un nuevo capítulo de la Suma contra los gentiles, de los dedicados a la escatología, lo inicia Santo Tomás con esta indicación sobre lo explicado en los anteriores: «de ello podemos deducir que, inmediatamente después de la muerte, las almas de los hombres reciben por lo merecido el premio o el castigo».

Podría parecer que al separarse las almas de sus cuerpos por la muerte, no pueden sufrir lo que se merecen hasta la resurrección de los mismos. Sin embargo, afirma Santo Tomas que, por una parte: «las almas separadas son capaces de penas tanto espirituales como corporales, como ya se ha demostrado». Por otra que: «son capaces de gloria», como también se probó (III, c. 51)».

Es más, en este segundo caso: «por el mero hecho de separarse el alma del cuerpo, se hace capaz de la visión de Dios, a la que no podía llegar mientras estaba unida al cuerpo corruptible».

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