19.04.08

La identidad familiar en el contexto social (I)

Colgaré aquí algunos posts sobre el tema “La identidad familiar en el contexto social". Lamentablemente, no es fácil trasladar las notas a pie de página… Aun así, es fácil identificar los documentos de donde proceden las citas.

0. Esquema

1.Una mirada de fe
1.1. Logros y ambigüedades
1.2. La supresión de Dios del horizonte existencial
1.3. El hombre débil
2.Un desafío de la nueva evangelización
3.¿Qué implica construir una cultura de la familia y de la vida?
4. ¿Cuál es el papel de las autoridades en la sociedad civil?
5. Devolver a las familias su protagonismo: su identidad y papel social
5.1. La identidad de la familia
5.2. La familia como sujeto social
6. El reconocimiento público de la importancia de la familia
7. Buscar la defensa explícita de la vida en las leyes que configuran nuestro ordenamiento social
8. La intervención política en favor de la familia
9. Conclusión

1. Una mirada de fe

Una mirada de fe dirigida a nuestro tiempo, y a la situación de la familia en el contexto actual, resulta necesaria para “descubrir, conocer y vivir la verdad completa de todas las realidades, sobre todo las que se refieren al ser humano, a su vida y a su destino trascendente” .

1.1. Logros y ambigüedades

Esta mirada pone de relieve logros y ambigüedades. Entre los primeros, cabe destacar la progresiva maduración de la conciencia democrática; importantes adquisiciones de carácter moral – como el avance en la defensa de libertades y derechos, así como mejoras en el ámbito específico de la familia – en la que, por ejemplo, se resalta el papel de la mujer – o de la solidaridad.

Pero tampoco se pueden silenciar las ambigüedades de la cultura dominante. En particular, se puede percibir una gran ambigüedad en lo que corresponde al ámbito de la familia y de la vida. La familia resulta muy valorada a nivel privado, pero rechazada en buena medida en su aceptación pública. Los Obispos españoles señalan la situación paradójica de “una familia (cuna y santuario de la vida) apreciada en su función personal y vilipendiada en su dimensión social” .

Se aceptan como “normales” el divorcio, las parejas de hecho, los llamados “matrimonios” entre personas del mismo sexo, el aborto, la eutanasia, la técnicas de fecundación in vitro con transferencia de embrión (FIVET), la clonación terapéutica, etc.

1.2 La supresión de Dios del horizonte existencial

Si queremos descubrir las raíces de esta cultura, nos encontramos con la secularización y con las consecuencias que el rechazo de Dios entraña para la comprensión del hombre; para la comprensión de su vocación, de su capacidad de conocer la verdad y de elegir libremente el bien. El materialismo induce a valorar a la persona y a la familia desde claves utilitaristas y economicistas. La ruptura entre la fe y la vida fuerza a relegar la pregunta por Dios al ámbito meramente privado y, en consecuencia, se tiende a evitar el diálogo sobre las cuestiones fundamentales.

El olvido o rechazo de Dios no es gratuito para el hombre. Sin la referencia a Dios, la inteligencia humana se ofusca a la hora de reconocer la verdad (cf Romanos 1, 21) y el corazón se endurece (cf Mateo 19, 8) para buscar el bien. Sin la referencia a Dios, se extiende el escepticismo en el campo moral y la razón ética se desliza con frecuencia por la pendiente de una razón instrumental; atenta sólo al cálculo y a la experimentación.

En su Discurso en la ONU, Benedicto XVI destacaba la necesidad de unir la ciencia y la tecnología con la ética:

“nuestro pensamiento se dirige al modo en que a veces se han aplicado los resultados de los descubrimientos de la investigación científica y tecnológica. No obstante los enormes beneficios que la humanidad puede recabar de ellos, algunos aspectos de dicha aplicación representan una clara violación del orden de la creación, hasta el punto en que no solamente se contradice el carácter sagrado de la vida, sino que la persona humana misma y la familia se ven despojadas de su identidad natural. Del mismo modo, la acción internacional dirigida a preservar el entorno y a proteger las diversas formas de vida sobre la tierra no ha de garantizar solamente un empleo racional de la tecnología y de la ciencia, sino que debe redescubrir también la auténtica imagen de la creación. Esto nunca requiere optar entre ciencia y ética: se trata más bien de adoptar un método científico que respete realmente los imperativos éticos” .

Privada de su referencia a Dios, a la verdad y al bien, la libertad se deforma y se ve reducida a una elección según el arbitrio personal. La ética deriva en utilitarismo y en subjetivismo moral.

1.3. El hombre débil

El sujeto personal no sale tampoco indemne de esta marginación de Dios. El hombre se convierte en un hombre débil, que renuncia a la búsqueda de sentido y que experimenta en sí mismo un dualismo, una separación, entre su cuerpo y su espíritu. Fenómenos como los de la soledad o el individualismo son corolarios fácilmente deducibles.

En esta deformación del sujeto personal ha influido la revolución sexual de los años 70 y sus consecuencias: la ruptura entre la sexualidad y el matrimonio; entre la sexualidad y la procreación, así como la comercialización de la sexualidad.

La sociedad se vuelve, con frecuencia, hipócrita, pues “se escandaliza de los efectos cuando alienta hipócritamente las causas de estos males” . Un ejemplo lo tenemos en el escándalo que producen los abusos a menores. El escándalo es justo, ya que abusar de un menor es una acción absolutamente inmoral. Pero puede ser también farisaico, si ese escándalo va a acompañado de la defensa y de la promoción de una sociedad hipersexualizada, en la que se admite que cualquier cosa vale siempre que las partes estén conformes.

Fenómenos como la ideología de género, que sostiene que el sexo es un producto meramente cultural, o la reclamación de nuevos derechos que pretenden una libertad sexual sin límites son factores que no contribuyen a la construcción del sujeto personal ni tampoco a la defensa de la familia y de la vida.

Otros problemas resultan igualmente fáciles de detectar. Entre ellos, la supravaloración del bienestar económico; la presión económica a la que están sometidas las familias; la dificultad de compaginar maternidad y trabajo o la escasa comunicación familiar. También en el campo de la vida se perciben amenazas. La vida humana ha perdido valor para nuestra sociedad. Los hijos se ven a menudo como un problema y no como una esperanza y la cultura dela muerte ha impregnado incluso muchas de las leyes aprobadas por el Parlamento.

17.04.08

Madre y Maestra

La espiritualidad mariana no es un complemento accesorio para la vida cristiana, sino una dimensión esencial de la misma. La Santísima Virgen nos instruye en el temor del Señor (cf Salmo 33). Ella es Madre y Maestra de la vida espiritual, que nos muestra cómo hacer de la propia vida un culto a Dios, y del culto un compromiso de vida (cf Pablo VI, Marialis cultus, 21).

Entregada a la oración, en su vida oculta, meditando en su corazón la palabra de Dios y ejerciendo obras de caridad, Santa María es, a la vez, la perfecta discípula del Señor y la Maestra que nos estimula con amor materno y nos atrae con su ejemplo para conducirnos a la caridad perfecta (cf Prefacio de la Misa de “La Virgen María, Madre y Maestra espiritual”). El Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, ve a Nuestra Señora como Maestra que, en Caná, exhorta a ejecutar las disposiciones de Cristo (cf n. 14). Ella nos enseña de modo singular la obediencia de la fe; la escucha y el sometimiento a la voluntad de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1, 38).

El culto cristiano no es puramente exterior, sino que compromete todo nuestro ser e imprime a nuestra existencia una decisiva orientación hacia Dios. En la Santa Misa, la Iglesia pide al Padre que envíe al Espíritu Santo “para que haga de la vida de los fieles una ofrenda viva a Dios mediante la transformación espiritual a imagen de Cristo” (Catecismo, 1109). Nada de lo que somos o hacemos - nuestras preocupaciones y trabajos, nuestras alegrías y penas, nuestra oración y nuestro sufrimiento - ha de quedar al margen de Dios. La vida moral no es para un cristiano una árida carrera de obstáculos, sino un itinerario a recorrer, sostenidos por la gracia, para que podamos llegar a la bienaventuranza prometida.

La obediencia a la voluntad del Padre se convierte, para cada cristiano, en camino y medio de santificación. Obedeciendo a Dios nos asimilamos a Cristo que entró en el mundo para hacer la voluntad del Padre (cf Hebreos 10, 7). La voluntad soberana de Dios no es una disposición arbitraria o despótica que nos esclavice; su voluntad es el designio de benevolencia que se identifica con nuestra salvación (cf 1 Timoteo 2, 4).

María es agradable al Señor por no haber querido más que su voluntad. Si somos de María, si nos identificamos con Ella en el camino de la obediencia, seremos de Cristo, nos conformaremos con Él. “Entre todas las devociones – escribió San Luis María Grignion de Monfort - , la que mejor consagra y hace conforme el alma a nuestro Señor es la devoción a la Santísima Virgen, su Madre; y cuanto más un alma esté consagrada a María, tanto más lo estará a Jesucristo” (Sobre la verdadera devoción a la Santísima Virgen).

Guillermo Juan Morado.

15.04.08

Todo es relativo a Cristo

El eje en torno al cual gira el papel de la Santísima Virgen en la historia de la salvación es Jesucristo: “En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de Él: en vistas a Él, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro” (Marialis cultus, 25). En razón de Cristo, María se convirtió en Madre de Dios. Ella es la primera redimida, la Madre del Salvador, la esclava fiel, la compañera del Redentor, la discípula que supo escuchar y guardar la palabra de Dios. En razón de Cristo, fue hecha una criatura nueva por el Espíritu Santo y convertida de modo particular en su templo. Por la fuerza del Espíritu, concibió en su seno virginal a Jesucristo y lo dio al mundo.

Con una expresión aparentemente paradójica el undécimo Concilio de Toledo, celebrado en el año 675, se refirió a María como “hija de su Hijo”: “el que en cuanto Dios creó a María, en cuanto hombre fue creado por María: Él mismo es padre e hijo de su Madre María” (Enchiridion Symbolorum, 536). Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es, en cuanto Dios, el Creador de María. La santísima Virgen, siendo su Madre, es a la vez hija suya en el orden de la gracia; la Madre del Redentor y el “fruto excelente de la redención” (Sacrosanctum Concilium, 103), habiendo sido redimida “de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo” (Lumen gentium, 53).

La gracia de Cristo inundó desde el primer instante de su Concepción -desde la raíz de su ser - a María, llena de gracia, totalmente santa e inmaculada (cf Efesios 5, 27), inmune de toda mancha de pecado. Como canta agradecida la Iglesia, en el prefacio de la solemnidad de la Inmaculada, “Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad”.

Para ser Madre de Cristo, María fue preservada limpia de toda mancha de pecado original “por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente” (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus) y, durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf Catecismo, 411). También a nosotros que, a diferencia de Nuestra Señora, hemos nacido con una naturaleza herida e inclinada al mal, Cristo nos da, por medio de la fe y del Bautismo, la vida de la gracia, que borra el pecado original y nos devuelve a Dios concediéndonos la justificación; “la justicia de Dios que nos hace interiormente justos por el poder de su misericordia” (Catecismo, 1992).

Guillermo Juan Morado.

14.04.08

Carme

La nueva ministra de Defensa, Carme Chacón, se ha convertido en un icono. Carme es joven – 37 años - , es guapa, y ha triunfado en la vida. Pero a mí lo que me llama la atención de la nueva ministra es el hecho de que esté embarazada. Consciente o inconscientemente, se ha asumido el prejuicio de que la maternidad es incompatible con el trabajo o con el éxito. Y en muchos casos, por desgracia, lo es. Para muchas mujeres, el embarazo supone el primer riesgo laboral, incluso un obstáculo. Un signo preocupante, un indicio de una cultura pervertida que, por el influjo de los intereses económicos, presiona a la mujer para que no sea madre; para que pague el siniestro tributo de sacrificar, en aras del ascenso social, la capacidad de concebir, albergar y dar a luz una nueva vida.

Dicen los periódicos que el Presidente del Gobierno, desde que sabe la “buena nueva” del embarazo de la ministra, lo primero que le pregunta, cuando habla con ella es: “¿Cómo está el niño?”. No pregunta por el “nasciturus”, no; pregunta por “el niño”. Todos sabemos que lo del “nasciturus”, que, en Derecho, es sólo un “bien jurídico”, es una ficción. Las madres no esperan un “bien jurídico”. Las madres esperan a un hijo, a un niño. Como Carme Chacón. El mismo Presidente, que se muestra como un marido ejemplar y como un padre ejemplar, parece que le dijo a Carme, tras haber ganado las elecciones de 2004: “No renuncies a lo más lindo que le puede pasar a una persona, que es tener hijos”.

Es una pena que tan buenos principios no se traduzcan en una política más decididamente encaminada a favorecer la maternidad, para que ninguna mujer se vea forzada a renunciar “a lo más lindo”. Creo que a muchas les gustaría tener esa experiencia y que, de buen grado, cambiarían la canastilla y la cuna del bebé por la cita con el carcinero en alguno de los abundantes – y legalmente protegidos – abortorios del país.

Mi felicitación a Carme. Ella será ministra por un tiempo; pero será madre para siempre. Y a la larga, estoy seguro, valorará más lo segundo que lo primero. Aunque es un buen augurio el que pueda ser ambas cosas a la vez. Ojalá que las demás mujeres no se vean privadas de la misma suerte. Por su bien, y por el bien de todos.

Guillermo Juan Morado.

¿Basta parir para decidir?

La Real Academia Española define “parir”, dicho de una hembra, como “expeler en tiempo oportuno el feto que tenía concebido”. Para algunos, parece que la posibilidad de parir da, sin más, derecho a “decidir”. ¿A decidir qué? ¿A decidir cuando expulsar el feto concebido? ¿A decidir si expulsarlo vivo o muerto? ¿A decidir trocearlo, triturarlo, envenenarlo?

A mí lo de “nosotras parimos, nosotras decidimos” me suena tan mal como lo de “la maté porque era mía”. Frases hechas. Frases justificadoras del ejercicio abyecto de la violencia perpetrada contra los débiles. Frases sin fundamento. Frases ocultadoras de la verdad.

Cuando se reivindica un (falso) “derecho” al aborto, se está silenciando lo que significa abortar. Abortar no es, meramente, parir antes de tiempo. Abortar es matar. Es privar a un ser humano, en sus etapas iniciales de vida, del derecho más básico de todos: el derecho a la vida. ¿Tienen los padres derecho a matar a sus hijos? ¿Pueden pretender que el Estado, mediante la red sanitaria pública, les ayude en sus propósitos infanticidas? ¿Por qué puede, quien pare, decidir sobre la vida de su hijo “antes” del tiempo oportuno y no “después” de ese tiempo?

Si un partido político - o el Consejo de Europa en pleno - tiene claro que el hecho de parir da derecho a decidir sobre la vida de un ser humano ya concebido, entonces cualquier persona de bien debería tener más clara aun la obligación moral de no sólo de no secundar, sino de oponerse activamente a esas iniciativas injustas.

Guillermo Juan Morado.