23.04.08

¿Ideólogos de la muerte?

Si las prácticas de un tristemente famoso “médico” abortista, que hemos conocido por la prensa, hieren la sensibilidad de cualquier persona normal, mayor gravedad reviste aun el “Documento sobre la interrupción voluntaria del embarazo” elaborado por el Grupo de Opinión del Observatorio de Bioética y Derecho del Parque Científico de Barcelona. Para mí, al menos, ese documento refleja en un texto el parecer de un comité que se perfila en mi mente como un gabinete de “ideólogos de la muerte". No es mi propósito realizar un análisis del documento – tarea que dejo para los expertos – sino simplemente manifestar mi opinión sobre el mismo.

Todo razonamiento parte de unas bases, de unos primeros principios. Para este Grupo de Opinión no se puede discutir públicamente sobre el aborto más que partiendo de “los valores de cientificidad, laicidad y pluralismo democrático”, debiendo quedar excluidos del debate “criterios procedentes de concepciones religiosas, sobre el bien o la vida ideal, apropiadas para imponerse a uno mismo voluntariamente, pero no materia de corrección moral interpersonal que pueda imponerse a los demás”. Ninguna razón seria avala esta opción que, a mi juicio, es incompatible con el pluralismo democrático. Un “pluralismo” poco plural, habida cuenta de que, menospreciando abiertamente un derecho fundamental como es el derecho a la libertad religiosa, priva de legitimidad a la palabra y a los argumentos que partan de una visión del hombre que no se reduzca a las pautas marcadas por un cientificismo laicista.

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22.04.08

Piedad mariana

La piedad es la virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión. La piedad es devoción, dedicación a la persona amada. Es también compasión y misericordia. Es, asimismo, uno de los dones del Espíritu Santo y una virtud, derivada de la justicia, “por la que rendimos honor a Dios ofreciéndole nuestra devoción, nuestra oración, los sacrificios, los ayunos, la abstinencia, el respeto, el culto, es decir, todo el conjunto de deberes por los que le reconocemos como nuestro Soberano Señor” (A. Gardeil, El Espíritu Santo en la vida cristiana, Madrid 1998, 61).

La piedad mariana es, en sentido subjetivo, la piedad de Nuestra Señora. Ninguna creatura ha vivido como Ella la devoción, la entrega generosa a Jesús, su Hijo; ni la compasión, ni la ofrenda de su vida entera a Dios nuestro Señor. Tampoco nadie como Ella ha vivido el amor fraterno, donde se encuentra la piedad (cf 2 Pedro 1, 7).

En sentido objetivo, la piedad mariana es la devoción a la Santísima Virgen. Ella es la Madre de la Misericordia, la Madre de la divina gracia: “Al elegirla como Madre de la humanidad entera, el Padre celestial quiso revelar la dimensión - por decir así - materna de su divina ternura y de su solicitud por los hombres de todas las épocas” (Juan Pablo II, “Audiencia”, 15 de Octubre de 1997). Ella participa, de algún modo, de la paternidad divina y tiene derecho a nuestra piedad filial. En la Virgen vemos reflejado el rostro materno de Dios (cf Síntesis de los aportes recibidos para la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 189).

El Papa Pablo VI señaló que “la finalidad última del culto a la bienaventurada Virgen María es glorificar a Dios y empeñar a los cristianos en un vida absolutamente conforme a su voluntad” (Marialis cultus, 39).

En definitiva, “la devoción a la Madre de Dios, alentando la confianza y la espontaneidad, contribuye a infundir serenidad en la vida espiritual y hace progresar a los fieles por el camino exigente de las bienaventuranzas. […] la devoción a María, dando relieve a la dimensión humana de la Encarnación, ayuda a descubrir mejor el rostro de un Dios que comparte las alegrías y los sufrimientos de la humanidad, el «Dios con nosotros», que ella concibió como hombre en su seno purísimo, engendró, asistió y siguió con inefable amor desde los días de Nazaret y de Belén a los de la cruz y la resurrección” (Juan Pablo II, “Audiencia", 5 de Noviembre de 1997).

Guillermo Juan Morado.

21.04.08

Los laicos en la Iglesia

El “laico” es el cristiano no perteneciente al clero. Pero que no pertenezca al clero no significa que no sea Iglesia. En realidad, la mayor parte de la Iglesia está constituida por laicos.

La concepción “piramidal” de la Iglesia está felizmente superada. El laico ya no es la base, sometido a los clérigos y a los monjes; supuestamente los únicos interesados en las realidades espirituales. La teología del laicado, a la que hicieron grandes aportaciones Maritain, Congar, von Balthasar y Rahner, entre otros, preparó el camino para el Concilio Vaticano II que, en la Lumen gentium – capítulo IV – y en la Apostolicam actuositatem, dibujó la figura del laico en sus perfiles teológicos, apostólicos y pastorales.

Los laicos, por el bautismo, participan de la función sacerdotal, profética y real de Cristo. En consecuencia, ejercen, en la parte que les toca, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo.

A ellos corresponde, de modo destacado, “iluminar y organizar todos los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados, de tal manera que se realicen continuamente según el espíritu de Cristo y se desarrollen y sean para la gloria del Creador y del Redentor”. El laico está en el corazón del mundo; para que el mundo sea conforme al querer de Dios. Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Christifidelis laici (1988), especifica y amplía este rico magisterio conciliar.

Un afán de “tutela” del clero, o de los religiosos, sobre los laicos no responde a la verdad de la Iglesia. No necesitan, los bautizados laicos, ingresar en ninguna “tercera orden” para que su voz, y su compromiso, deba ser tenido en cuenta.

Guillermo Juan Morado

La identidad familiar en el contexto social (y III)

6. El reconocimiento público de la importancia de la familia

El reconocimiento público de la importancia de la familia pide que “no se la equipare con otras realidades que no tienen la misma identidad”. “Tratar como iguales realidades desiguales es una injusticia”.

No es asimilable, por ejemplo, una “pareja de hecho” a una familia fundada en el matrimonio. El matrimonio entraña un compromiso público ante la sociedad, que lleva consigo derechos y obligaciones, mientras que una “pareja de hecho” no asume ninguna responsabilidad ante nadie. En comparación con cualquier otro modo de convivencia, la sociedad recibe de la familia una serie de bienes que han de ser valorados; entre ellos, la acogida y la educación de una descendencia . No cabe, en este sentido, una pretendida “neutralidad” que equiparase socialmente realidades distintas.

Como ha afirmado Benedicto XVI, “todo lo que contribuye a debilitar la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, lo que directa o indirectamente dificulta su disponibilidad para la acogida responsable de una nueva vida, lo que se opone a su derecho de ser la primera responsable de la educación de los hijos, es un impedimento objetivo para el camino de la paz” .

7. Buscar la defensa explícita de la vida en las leyes que configuran nuestro ordenamiento social

Se debe buscar, para construir una cultura de la familia y de la vida, la defensa explícita de la vida humana en las leyes que configuran nuestro ordenamiento social .

Recientemente, la Subcomisión Episcopal de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española hacía pública una “Nota” en la que animaba a promover una cultura de la vida, abogando por la abolición de la ley del aborto:

“aun considerando como un gran avance el cese de la práctica ilegal del aborto, la acción genuinamente moral y humana sería la abolición de la «ley del aborto», que es una ley injusta. Juan Pablo II nos dijo en Madrid en 1982: «Quien negara la defensa a la persona humana más inocente y débil, a la persona humana ya concebida aunque todavía no nacida, cometería una gravísima violación del orden moral. Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente. Se minaría el mismo fundamento de la sociedad»[…] La ley del aborto debe ser abolida, al tiempo que hay que apoyar eficazmente a la mujer, especialmente con motivo de su maternidad, creando una nueva cultura donde las familias acojan y promuevan la vida. Una alternativa importante es la adopción. Miles de esposos tienen que acudir a largos y gravosos procesos de adopción mientras en España más de cien mil niños murieron por el aborto durante el año 2006” .

Por lo demás, los Obispos recuerdan que “ningún católico, ni en el ámbito privado ni público, puede admitir en ningún caso prácticas como el aborto, la eutanasia o la producción, congelación y manipulación de embriones humanos. La vida humana es un valor sagrado, que todos debemos respetar y que las leyes deben proteger” . Esta defensa de la vida, que se remite en última instancia a la ley moral natural, no obliga sólo a los católicos, sino que su urgencia puede ser compartida por toda persona de recta conciencia.

8. La intervención política en favor de la familia

Se debe procurar que las leyes e instituciones del Estado sostengan y defiendan los derechos y los deberes de la familia. El Catecismo de la Iglesia Católica señala algunos ámbitos en los que se manifiesta el deber de la comunidad política de honrar a la familia, de asistirla y de asegurar sus derechos:

“La comunidad política tiene el deber de honrar a la familia, asistirla y asegurarle especialmente:
— la libertad de fundar un hogar, de tener hijos y de educarlos de acuerdo con sus propias convicciones morales y religiosas;
— la protección de la estabilidad del vínculo conyugal y de la institución familiar;
— la libertad de profesar su fe, transmitirla, educar a sus hijos en ella, con los medios y las instituciones necesarios;
— el derecho a la propiedad privada, a la libertad de iniciativa, a tener un trabajo, una vivienda, el derecho a emigrar;
— conforme a las instituciones del país, el derecho a la atención médica, a la asistencia de las personas de edad, a los subsidios familiares;
— la protección de la seguridad y la higiene, especialmente por lo que se refiere a peligros como la droga, la pornografía, el alcoholismo, etc.;
— la libertad para formar asociaciones con otras familias y de estar así representadas ante las autoridades civiles (cf FC 46) ”.

9. Conclusión

En el contexto social actual, defender y promover la familia y la vida humana es una tarea que se nos presenta como “un camino largo, pero cargado de esperanza en la construcción del futuro”. Un camino que es preciso recorrer, personal, eclesial y socialmente. El esfuerzo sería impracticable sin una verdadera conversión personal al Evangelio de Jesucristo, sabiendo con certeza que Él es el Camino, que Él es la Verdad y que Él es la Vida verdadera, de la que están llamados a participar todos los hombres.

Conciencia cristiana y responsabilidad ciudadana han de aunarse en cada uno de nosotros. Necesitamos, en primer lugar, formarnos adecuadamente, acudiendo al Magisterio de la Iglesia, que nos ofrece una enseñanza profunda y razonable. Y necesitamos también ejercer, sin dejar de lado la fe, nuestras responsabilidades como ciudadanos aportando a los demás, con verdad y caridad, con firmeza y tolerancia, aquello que sabemos que es lo mejor para todo hombre, porque hemos experimentado que es lo mejor para nosotros.

La fe es un don precioso que ha de fructificar en nuestras vidas, sin que podamos relegar esos frutos al ámbito estrictamente privado. Una sana democracia que valore la libertad religiosa ha de mostrarse dispuesta a acoger las propuestas que broten de la vivencia religiosa de los ciudadanos; también de los católicos.

Como ha dicho Benedicto XVI en la ONU: “Es inconcebible, por tanto, que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos –su fe– para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos. Los derechos asociados con la religión necesitan protección sobre todo si se los considera en conflicto con la ideología secular predominante o con posiciones de una mayoría religiosa de naturaleza exclusiva. No se puede limitar la plena garantía de la libertad religiosa al libre ejercicio del culto, sino que se ha de tener en la debida consideración la dimensión pública de la religión y, por tanto, la posibilidad de que los creyentes contribuyan la construcción del orden social” .

Al promover la cultura de la familia y de la vida contribuiremos eficazmente en la construcción del porvenir de nuestra civilización, ya que impulsaremos lo que es conforme a la voluntad de Dios y, en consecuencia, lo que es más conforme con la recta razón, con la buena voluntad y con el auténtico progreso del hombre.

Guillermo Juan Morado.

19.04.08

La identidad familiar en el contexto social (II)

2.Un desafío de la nueva evangelización

La Iglesia, junto con todos los hombres de buena voluntad, está llamada a “construir una verdadera cultura de la familia y de la vida” . Es este un desafío que se abre a la “nueva evangelización”.

La Iglesia evangeliza siempre, pero nos encontramos en un momento histórico en el que, como observaba el entonces cardenal Ratzinger, “existe un proceso progresivo de descristianización y de pérdida de los valores humanos esenciales, que resulta preocupante. Gran parte de la humanidad de hoy no encuentra en la evangelización permanente de la Iglesia el Evangelio, es decir, la respuesta convincente a la pregunta: ¿cómo vivir?”. Y añadía el Cardenal: “Por eso buscamos, además de la evangelización permanente, nunca interrumpida y que no se debe interrumpir nunca, una nueva evangelización, capaz de lograr que la escuche ese mundo que no tiene acceso a la evangelización “clásica". Todos necesitan el Evangelio. El Evangelio está destinado a todos y no sólo a un grupo determinado, y por eso debemos buscar nuevos caminos para llevar el Evangelio a todos” .

El cardenal Ratzinger vincula en este texto dos realidades: el proceso progresivo de descristianización y la pérdida de valores humanos esenciales. Entre estos valores humanos esenciales ocupa un lugar destacado el respeto a la familia y a la vida. La familia y la vida son bienes fundamentales de la persona y de la sociedad; el hombre, en su existencia personal y en su convivencia social, se ve amenazado si estos bienes no son custodiados y promovidos. La nueva evangelización ha de buscar caminos para que el Evangelio de la familia y de la vida, que ampara y eleva estos bienes, llegue a todos.

3.¿Qué implica construir una cultura de la familia y de la vida?

Construir una cultura de la familia y de la vida comporta unas exigencias concretas:

1) Supone, ante todo, devolver a las familias su protagonismo, su capacidad de construirse.
2)Exige tener en cuenta los medios adecuados “para el reconocimiento público de la importancia de la familia en la configuración de la sociedad” .
3)Se debe buscar la defensa explícita de la vida en las leyes que configuran nuestro ordenamiento social.
4)La función social de las familias ha de manifestarse en la intervención política, buscando que las leyes e instituciones del Estado sostengan y defiendan los derechos y los deberes de la familia.

Intentaremos, siguiendo la Instrucción Pastoral sobre La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad, desglosar cada uno de estos cuatro apartados pero, para enmarcarlos debidamente, nos parece útil recordar algunos principios de la doctrina social de la Iglesia acerca del papel que le compete a las autoridades en la sociedad civil.

Pablo VI, en su exhortación apostólica Marialis cultus, decía, refiriéndose a Nuestra Señora que en Ella “todo es relativo a Cristo”: “En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de El” . Esta relatividad a Cristo es aplicable a todas las realidades humanas. La referencia a Él no las priva de su dignidad y autonomía, sino que las protege en lo que son y las eleva.

Es significativa la apelación que Juan Pablo II, al comienzo de su pontificado, dirigía a la humanidad a abrir las puertas a Cristo: “Abrid a spotestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo El lo conoce!”. Porque la potestad de Cristo “responde a lo más profundo del hombre, a sus más elevadas aspiraciones de la inteligencia, de la voluntad y del corazón. Esta potestad no habla con un lenguaje de fuerza, sino que se expresa en la caridad y en la verdad”.

La caridad y la verdad… En estas coordenadas se inscribe también el desafío de la nueva evangelización de construir una cultura de la familia y de la vida.

4. ¿Cuál es el papel de las autoridades en la sociedad civil?

La autoridad es un servicio que no se puede ejercer de cualquier modo, ya que ha de estar sometido a una regulación moral. Son tres los elementos que regulan el ejercicio de la autoridad: su origen divino, su naturaleza racional y su objeto específico. Esta regulación moral marca, asimismo, un límite: “Nadie puede ordenar o establecer lo que es contrario a la dignidad de las personas y a la ley natural” .

¿Qué sucedería si ese límite se traspasase? Se estaría caminando hacia el totalitarismo, aunque se tratase de un sistema formalmente democrático. El ejercicio de la autoridad exige el respeto a un orden de valores que es previo a las decisiones de las mayorías. Y el reconocimiento de ese orden de valores supone reconocer, frente al relativismo, que existe una verdad sobre el hombre que no está a merced del mayor o menor número de votos. Sobre este aspecto llamaba justamente la atención Juan Pablo II en la encíclica Centessimus annus:

“Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia” .

Es un tema sobre el que también Benedicto XVI insiste frecuentemente. En el discurso pronunciado en la ceremonia de bienvenida a su llegada a los Estados Unidos, afirmó:

“Ya desde los albores de la República, la búsqueda de libertad de América ha sido guiada por la convicción de que los principios que gobiernan la vida política y social están íntimamente relacionados con un orden moral, basado en la señoría de Dios Creador. Los redactores de los documentos constitutivos de esta Nación se basaron en esta convicción al proclamar la “verdad evidente por sí misma” de que todos los hombres han sido creados iguales y dotados de derechos inalienables, fundados en la ley natural y en el Dios de esta naturaleza”.

Con estas palabras, el Papa proclama, en la nación que simboliza de algún modo la democracia, la prioridad antecedente de un orden moral que debe estar en la base de cualquier regulación positiva. Y en el mismo discurso, añade: “Como vuestros Padres fundadores bien sabían, la democracia sólo puede florecer cuando los líderes políticos, y los que ellos representan, son guiados por la verdad y aplican la sabiduría, que nace de firmes principios morales, a las decisiones que conciernen la vida y el futuro de la Nación” .

El ejercicio de la autoridad ha de facilitar el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad de todos, teniendo en cuenta las necesidades y la contribución de cada uno y atendiendo a la concordia y a la paz. Pero siempre, como hemos ya indicado, “el poder político está obligado a respetar los derechos fundamentales de la persona humana” ; administrando justicia en el respeto a los derechos de cada uno, especialmente el de las familias y de los desheredados.

5. Devolver a las familias su protagonismo: su identidad y papel social

Después de esta rápida alusión a los deberes de las autoridades en la sociedad civil, debemos centrar nuestra atención en el primer reto que es preciso afrontar para construir una cultura de la familia y de la vida: Devolver a las familias su protagonismo social.

5.1. La identidad de la familia

Asumir este objetivo supone el reconocimiento de la identidad de la familia y su aceptación como sujeto social. No se puede impulsar el papel de la familia en la sociedad si no se reconoce lo que la familia es y no se acepta el papel que debe desempeñar en la sociedad: “La familia es una comunidad de personas, la célula social más pequeña, y como tal es una institución fundamental para la vida de toda la sociedad. La familia como institución, ¿qué espera de la sociedad? Ante todo que se reconocida en su identidad y aceptada en su naturaleza de sujeto social” .

Reconocer la identidad de la familia equivale a decir que no cualquier agrupación humana es, en sentido propio, familia. La familia se funda en un legítimo matrimonio y está abierta a la descendencia. En ese ámbito familiar se inscriben los derechos fundamentales de la persona: “a nacer en el seno de una familia con un padre y una madre, a vivir una fraternidad real con sus hermanos, a poder confiar en estas relaciones como medios válidos de crecimiento personal” .

Reconocer la identidad de la familia es admitir que ésta es un bien fundamental para la sociedad y que no es “un mero producto cultural que el Estado puede conformar a su voluntad, sino una institución natural anterior a cualquier otra comunidad, incluida la del Estado” .

Estos elementos los recoge Benedicto XVI en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2008, empleando explícitamente la expresión familia natural: “La familia natural, en cuanto comunión íntima de vida y amor, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es el «lugar primario de ‘‘humanización'’ de la persona y de la sociedad», la «cuna de la vida y del amor». Con razón, pues, se ha calificado a la familia como la primera sociedad natural, «una institución divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social»” .

5.2. La familia como sujeto social

En el ámbito social, la familia es sujeto de derechos fundamentales. No sólo la persona individual es sujeto de derechos, sino también la comunidad de personas:

“La familia, al tener el deber de educar a sus miembros, es titular de unos derechos específicos. La misma Declaración universal de los derechos humanos, que constituye una conquista de civilización jurídica de valor realmente universal, afirma que «la familia es el núcleo natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a ser protegida por la sociedad y el Estado». Por su parte, la Santa Sede ha querido reconocer una especial dignidad jurídica a la familia publicando la Carta de los derechos de la familia. En el Preámbulo se dice: «Los derechos de la persona, aunque expresados como derechos del individuo, tienen una dimensión fundamentalmente social que halla su expresión innata y vital en la familia». Los derechos enunciados en la Carta manifiestan y explicitan la ley natural, inscrita en el corazón del ser humano y que la razón le manifiesta. La negación o restricción de los derechos de la familia, al oscurecer la verdad sobre el hombre, amenaza los fundamentos mismos de la paz” .

La Instrucción de la Conferencia Episcopal Española menciona brevemente los derechos fundamentales de la familia:

“el derecho a unas condiciones económicas que le aseguren un nivel de vida apropiado a su dignidad; a unas medidas de seguridad social; a un orden social y económico en el que la organización del trabajo permita a sus miembros vivir juntos y que no sea obstáculo para el bienestar; a la salud y estabilidad de la familia; así como a una remuneración del trabajo que sea suficiente para fundar y mantener dignamente una familia; al reconocimiento del trabajo de la madre en casa, a una vivienda digna; el derecho de los padres a la educación de sus hijos, a unos medios de comunicación respetuosos con la institución familiar. Son los requerimientos básicos que toda auténtica política familiar debe tener en cuenta e intentar legítimamente satisfacer” .

Se devolverá a las familias el protagonismo que les corresponde si se reconoce que la familia es una “sociedad primordial” y, en cierto modo, “soberana” . El papel del Estado no debe sustituir o anular el papel de la familia, sino que ha de seguir el principio de subsidiariedad, reconociendo su papel, respetando su libertad de acción, y ofreciendo la ayuda que pueda necesitar para llevar a cabo sus funciones. La política familiar ha de evitar trabas y favorecer la capacidad de iniciativa de las familias, propiciando el asociacionismo familiar.

Guillermo Juan Morado.