3.05.08

Ascensión

La liturgia de la solemnidad de la Ascensión nos invita a la alabanza y al gozo: “Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo; porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra” (Salmo 46).

La Ascensión evoca un movimiento de subida, de elevación. La primera elevación de Jesucristo es la subida a la Cruz: “Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Juan 12,32). En la Cruz, Jesús es el sacerdote y la víctima que ofrece su vida al Padre intercediendo por todos los hombres. Él se puso en nuestro lugar para vencer, con su obediencia, nuestra desobediencia; con su amor incondicional nuestra resistencia al amor, nuestro pecado.

La elevación de la Cruz anuncia la elevación de la Ascensión. El Señor completa así, cuarenta días después de su Pascua, su éxodo; su tránsito de este mundo al Padre. Su humanidad, desfigurada y humillada en el Calvario, es ahora una humanidad exaltada y glorificada que entra de manera irreversible en la vida y en la felicidad de Dios; es decir, en el cielo.

El momento de subida es correlativo a un momento de descenso: “Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Juan 3,13). El Hijo de Dios que bajó del cielo en su Encarnación, sin dejar de ser verdaderamente Dios, se hizo, para siempre, verdaderamente hombre. Su cuerpo humano y su alma humana, unidas a la única Persona del Verbo, entran definitivamente en gloria de Dios. Y allí, el Señor sigue ejerciendo permanentemente su sacerdocio, ya que está vivo para interceder a favor nuestro (cf Hebreos 7,25).

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2.05.08

Mes de mayo virtual: Día tercero

Día 3. Madre de Dios

“Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción” (Gálatas 4,4-5).

Dios, para enviar a su Hijo al mundo, escogió la mediación maternal de una mujer, María. El Hijo de Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo verdaderamente hombre, Hijo de María. Los cristianos, ya desde los primeros tiempos, invocaban a la santa Madre de Dios, como testimonia la antiquísima oración, de los siglos III o IV: “Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita”.

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Los anti-Papa

Siete profesores universitarios han firmado un manifiesto en contra de la visita del Papa a Génova, programada para el 18 de mayo. Bueno, siete profesores y los de siempre: algunas asociaciones de gays, de lesbianas, de transexuales – con nombres tan sonoros como “Archigay” o “Ninfas Archilésbicas”- ; determinadas feministas; asambleas autodenominadas “anti-fascistas”; centros sociales “Zapata”… y demás personajes que pueblan nuestro pintoresco mundo.

No cejan. Llevados por su afán proselitista, estas personas han contra-programado la visita pontificia con un “Día anti-Papa”. Eso sí, han tenido la “gentileza” de no hacerlo coincidir exactamente con la estancia de Benedicto XVI en Génova, adelantando el “evento” al día 18. “Una movilización por los derechos, las libertades y contra el integrismo vaticano”.

Aunque van de “pacifistas”, los “antipapa” montarán un piquete. ¿Dónde? Piensen ustedes… Es muy fácil, justo delante de un hospital donde los médicos no practican abortos. Se ve que en ese rechazo a la carnicería infantil los “pacifistas” anti-papa ven el símbolo y la encarnación de la falta de las libertades, de los derechos y, por supuesto, la larga sombra del integrismo vaticano. Para colmo de desastres, el centro hospitalario de marras está presidido, en última instancia, por el “odiado” cardenal Bagnasco.

Como no podría ser menos, habrá manifiestos en pro de Cuba y de Vietnam del Norte, conocidos paraísos de la libertad y de la democracia. Todo les vale. Con tal de atacar a la Iglesia. Y aunque digan que respetan toda fe, es mentira. Su odio no se dirige, exclusivamente, contra Benedicto XVI, quien, a fin de cuentas, no les ha hecho nada. Su odio se dirige contra Cristo, contra Dios, contra su condición de criaturas; en suma, quizá hasta contra sí mismos.

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1.05.08

Mes de Mayo: Anunciación

Día 2. “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo”

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” (Lucas 1,28.30-31).

El plan de salvación llega a su momento culminante con la Anunciación a María. Dios, que es fiel, cumple sus promesas y proporciona la señal dada a Acaz: “la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” (Isaías 7,14).

El Espíritu Santo santificó el seno de María para que Ella concibiese al Hijo del Altísimo que, sin dejar de ser Dios, se hizo verdaderamente hombre, asumiendo una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación. En Jesús habita “corporalmente la plenitud de la divinidad” (Colosenses 2,9). Cada día, al rezar el Ángelus, los cristianos hacemos memoria de este misterio que constituye el signo distintivo de nuestra fe. El Verbo se hizo carne para habitar entre nosotros; para reconciliarnos con Dios; para que conociésemos el amor del Padre; para ser nuestro modelo de santidad; en definitiva, para hacernos partícipes de su naturaleza divina.

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Mes de Mayo: Hija de Sión

“Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti” (Sofonías 3,14.15b).

Contemplar a María, en el mes de mayo, es meditar sobre el plan salvador de Dios. Desde toda la eternidad, Dios estableció un designio benevolente, un proyecto de salvación. Él ha querido darse a conocer a nosotros y hacernos partícipes de su vida. Dios y el hombre no son realidades mutuamente aisladas, paralelas, incomunicadas. Dios ha pensado en cada hombre y cada hombre alcanza su destino, su realización, su meta y su fin en la comunión con Dios.

Libremente, movido sólo por su bondad y sabiduría, Dios quiso hacernos capaces - en una medida absolutamente imprevisible, considerada desde parámetros meramente humanos - de responderle, de conocerle; en definitiva de amarle. Gradualmente, como un buen pedagogo, nos ha ido llevando de la mano para que podamos acoger su revelación. En las cosas creadas ha dejado impresa una huella de sí mismo y, en diversa etapas, ha ido dispensando su salvación.

Todo el Antiguo Testamento muestra el celo de Dios por los hombres. Establece una alianza con Noé, con la pluralidad de las “naciones”, con todos los hombres vivientes. Elige a Abraham, para congregar en un pueblo a los hombres dispersos. Forma a Israel y, por medio de Moisés, le dio su Ley. A través de los profetas, Dios sembró en la humanidad la esperanza de una Alianza nueva y eterna. Una esperanza que será mantenida, ante todo, por los pobres y los humildes del Señor; por aquellos que sólo esperan de Él la salvación.

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